El éxito se huele en el aire. Y resuena en la voz de Ryan Reynolds (Vancouver, 1976), el hombre que por tercera semana consecutiva ha conquistado la taquilla estadounidense gracias a «Deadpool». Reynolds compartió su historia de superación y cómo llegó a alcanzar la fama de la que goza hoy.
Maracaibo, Zulia, Venezuela, 27 de febrero de 2016, (D58).- «Soy como un meme sin fin. Crecí con tres hermanos mayores y mi labia era más rápida que mis puños», cuenta acelerado y exultante tras su último estreno. «Luego, aprendí a moderarme, pero con este gran condón rojo no hay quien me pare», se atropella entre risas y verdades.
El éxito de Deadpool y esa malla insultantemente roja que viste este antihéroe del cómic trasplantado a la pantalla cambió a Reynolds. No hace ni cinco años el «jamoncito canadiense», como le llamaban algunos, era un fracasado gruñón.
Más conocido entonces como el hombre que conquistó a Scarlett Johansson, su matrimonio con la musa se había venido abajo y su intento de hacer carrera entre los superhéroes con Linterna verde se hundió en el mismo barco.
Pero, cuando su nueva franquicia está a punto de cruzar la barrera de los 500 millones de euros en la taquilla mundial y en casa le esperan su esposa, la también actriz Blake Lively, y su hija, James, Reynolds se siente mejor que Leonardo DiCaprio en la proa del Titanic. «Nunca me sentí mejor. A riesgo de sonar ridículo, lo mismo que muchos actores sueñan con su Hamlet, mi sueño era ser Deadpool».
Esfuerzo y dedicación
El sueño le llevó 11 años y bastantes negativas hasta hacerse realidad. Y unos cuantos más desde que decidió cruzar la frontera entre Canadá y Estados Unidos de manera, se podría decir, poco ortodoxa («ahora tengo tarjeta de residente») para buscar fortuna en Hollywood. Allí, en uno de los mejores grupos de improvisación, The Groundlings, aprendió las bases del arte dramático.
«Me enseñaron a morirme de hambre», se ríe ahora con un físico por el que la revista People le otorgó el título del hombre más sexy del año en 2010, y ahora lo nombró como el padre más sexy. «También me hicieron darme cuenta de que la necesidad es la madre de todas las ciencias. Dado que, como canadiense, no podía trabajar de camarero, esperando a una oportunidad hice lo que tenía que hacer: presentarme a todos los castings protagónicos para que me consiguieran el visado», recuerda dejando de lado la calidad.
Entre la malograda serie «Tres para todo» (1998-2001) y la comedia romántica «Van Wilder: Animal Party» (2002), se hizo un hueco. Un nombre que resonó con más fuerza gracias a su éxito con las mujeres. Primero, la cantante —también canadiense— Alanis Morissette cuya relación llegó casi hasta el altar. Para ese momento, la fama del actor superaba a la de la cantante de Jagged Little Pill.
Con Scarlett Johansson, la boda fue un escopetazo e igual de rápidos se sucedieron sus trabajos de comparsa en filmes de éxito como «X-Men Origins: Wolverine» (2009) y «La proposición» (2009). Por entonces también se embarcó en uno de sus pocos trabajos dramáticos, «Enterrado» (2010), a las órdenes del español Rodrigo Cortés.
Reynolds vive su cuento de hadas junto a Lively, levantándose un par de horas antes que su bebé para hacer lo que necesite y luego estar solo pendiente de su pequeña; alternándose los rodajes con su esposa, para que al menos uno de ellos siempre esté con James, y protegiendo sin filtros el bienestar de la niña, de poco más de un año.
Como dice el director de Deadpool, Tim Miller, Reynolds no se anda con chiquitas en lo que a su familia se refiere. Pero no ataca, solo reacciona si alguien se pasa.
Son muchos los hombres que hay dentro de Reynolds. Ryan aspira a tener el humor de un Bill Murray, un Chevy Chase o un Eddie Murphy, de esos cómicos de los años ochenta con los que se crio y que querría emular. No tiene término medio. También le gustaría sacar el Hugh Jackman que hay en él. O el que le gustaría que hubiera.
Redacción: D58/El País
Foto: Agencias