El español es probablemente el idioma más rico que existe, no sólo en vocabulario, sino en significados, pero aún así la globalización e internet nos han obligado a asumir el uso cotidiano de palabras extranjeras que no poseen un equivalente en la lengua de Cervantes. Esto ha creado polémicas sobre cómo deben usarse dichas palabras o si es conveniente crear (adaptar) unas nuevas en español, que con frecuencia no son otra cosa que una deformación de las originales.

Es así como la Real Academia Española se ha visto en la necesidad de tratar de reglamentar el uso de las palabras foráneas, cuya velocidad de incorporación al uso coloquial en el español es mayor que la velocidad de respuesta de la academia. A ello se suman los distintos criterios (de adopción) que se aplican en este caso en los países hispano-parlantes, sobre todo en América Latina, donde el uso del inglés norteamericano es frecuente y, por tanto, las palabras o frases anglosajonas no suenan fuera de contexto.

Rigidez o flexibilidad

El debate permanente es que si existen palabras en nuestro idioma para definir una acción o un objeto, ¿por qué debemos adoptar otras? Las respuestas son variadas: porque se trata de palabras más cortas, porque no existen equivalentes en español, porque pertenecen a jergas técnicas o deportivas aceptadas ya por los lectores... En Venezuela, donde por ejemplo las películas extranjeras jamás se han doblado al español —salvo para la televisión—, el inglés es común, y por tanto también su uso. En la actualidad, el empleo de los denominados extranjerismos es mayor en la lengua hablada que en la escrita a todos los niveles. La prensa venezolana prefiere mantener las expresiones y palabras en español. Es destacable, por ejemplo, allá el uso del la expresión correo electrónico en periódicos de circulación nacional, en lugar de e-mail, a pesar de que el empleo coloquial ha convertido e-mail en término del día a día.

Las expresiones o palabras del inglés (u otro idioma) que no son de uso frecuente se traducen siempre y cuando exista ya un término adecuado en español (o en uso). Si no existiera, suelen colocarse entrecomilladas para destacarlas, pero nunca se españolizan. El fenómeno de adaptar las palabras anglosajonas al español ocurrió en Venezuela en la primera mitad del siglo pasado, en un contexto histórico muy diferente del actual; en un país que comenzaba a tener roce con otras culturas, se tendió a cambiar y adaptar la ortografía de las palabras por no conocer su pronunciación correcta. La llegada de la televisión y la influencia norteamericana a través de las empresas transnacionales convirtió el inglés en una lengua muy accesible e incluso las clases menos privilegiadas conocen su correcta pronunciación gracias a la publicidad y los medios de comunicación. En general, los términos y modismos que se crearon/adaptaron en aquella época han caído en desuso, salvo los aplicables a los deportes.

Esta es precisamente el área de más difícil tratamiento, al igual que en España. El léxico deportivo en muchas ocasiones no encuentra traducciones o simplemente se desestima en él la posibilidad de decir las cosas en español. En Venezuela, como en otros países del Caribe, el béisbol es el deporte rey, insertado en la sociedad en los años 40 del siglo pasado, a través de las empresas petroleras. La jerga de baseball se convirtió en el argot del béisbol. Fruto de esa primera influencia americana son palabras como pichar, del original pitch (‘lanzar’); ponchar, de punch out (‘fuera de juego’), o el jonrón derivado de home run (sacar la bola del estadio), palabras que no aparecen en el diccionario de la Academia, pero que suplantaron a sus originales, españolizándolos. La mayoría simplemente se anexionaron a nuestro idioma —en América Latina—, y se usan en la prensa escrita tal y como son originalmente, sin ninguna diferenciación tipográfica con respecto a las palabras en español. Algunas de ellas básicamente provienen del béisbol, nuestro deporte rey, y, pese a aparecer escritas “como si fueran españolas” (es decir, en redonda, sin ningún diacrítico que las diferencie —ni cursiva ni comillas), son pronunciadas (más o menos) como se hace en inglés. Ejemplos claros de ello son: manager, hit, single, average, coach y out, palabras que son de uso continuo en la prensa y en la narración deportiva.

Mi experiencia en España —en la redacción de ABC— me ha enfrentado a un contraste inevitable en el tratamiento de los extranjerismos. En lugar de utilizar adaptaciones, en Venezuela se suele recurrir a palabras españolas. Por ejemplo, para puénting (curiosa “adaptación” que es en realidad una creación sobre término español —`puente’— con final anglicado -ing1) se emplea rappel, término original del inglés; en el caso de footing se utiliza trotar y alquilar para renting. A diferencia de España y con excepción de los anglicismos acuñados en español en el siglo pasado (de los que hemos hablado arriba), las palabras en inglés se utilizan textualmente (tanto en su forma oral como en la escrita), a menos que exista ya en nuestro idioma alguna con significado equivalente, que sería entonces la usada.

El campo de la informática se ha convertido también, en los últimos años, en origen de muchas palabras anglosajonas que buscan una forma española. La muestra más frecuente es el ya mencionado correo electrónico, pero la impresionante difusión de internet ha generado cientos de palabras adicionales. En este caso, la prensa venezolana ha adoptado la misma metodología: son comunes términos (no exactamente “palabras” siempre) como cd rom, DVD, diskette, bytes, bits y back up, que se colocan en los textos de la misma forma que las palabras en español (y no se nos ocurriría escribir cosas como cederrón, deuvedé o disquete).

Otra materia en la que se utilizan vocablos anglosajones es en economía, donde conceptos como draw back (pago de impuestos retroactivos) no son traducidos, ya que su utilización en las informaciones del área es continua y por tanto se aplican los mismos criterios que en los casos de deportes e informática. A diferencia de España, en un país de volátil comportamiento económico, esta sección tiene gran importancia, por el cambio de la divisa, los precios del petróleo y la inflación.

La pregunta que cabe ante esta avalancha es si el idioma logrará sobreponerse a semejante invasión, aupada por las telecomunicaciones y la inexistencia de barreras para la información en todo el mundo. El resultado dependerá en gran parte, sin duda, del nivel educativo de los lectores y de su decisión de conservar el uso de su idioma ante la creación de lo que podría convertirse en una nueva lengua. 

Creo fehacientemente que cada idioma posee un acervo propio que debe respetarse y que la deformación de las palabras de uno para ser insertadas en otro no hace sino dañar la esencia de cada uno. El idioma es un ser vivo que se va transformando, pero aunque habitemos en una enorme Torre de Babel, donde la rémora lingüística es cada vez menos perceptible, debemos preservar nuestra herencia latina como parte imprescindible de la historia.

Articulo tomado de  Rita Millán Loreto / El cajetín de la Lengua / Universidad Complutense de Madrid